Todo empezó porque estábamos Toño y yo buscando un video para mi mamá. Por supuesto, no lo encontramos, pero se me atravesaron dos magníficos libros: un facsímilar de Agudeza. Arte del ingenio de Don Baltasar Gracián de 1642 (editado por el gobierno de Aragón y la Institución Fernando el Católico) y un libro que, a pesar de ser sobre filosofía (más cerca de las querencias de la Felisberta que de las mías), no pude resistir: Las sabidurías de la antigüedad. Contrahistoria de la filosofía, I de Michel Onfray (Barcelona: Anagrama, 2007).
Estoy leyendo Las sabidurías... y casi en cada página me encuentro con verdaderas joyas de humor negro y harta erudición (próximamente extractos y citas descontextualizadas).
Ya se lo presumí a la Felisberta y el de Gracián a todos los colegas, porque, aparte del inmenso placer intelectual que proveen los libros, su presumición es un placer agregado que no debemos ignorar.
El punto es saber a quién presumirle qué libro
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