martes, 26 de febrero de 2008

De los lápices

Me gusta escribir con lápiz. Entiendo la conveniencia de los lapiceros, pero nada supera la punta bien afilada de un lápiz.
Me encanta ver cómo se van haciendo chiquitos, cada vez más cómodos, hasta que son tan chiquitos que ya no cumplen su función (también me gustaría ver agotarse el cartucho de una pluma, pero tengo la mala costumbre de perderlas). La ventaja de los lápices nuevitos es la promesa de irse achicando a fuerza de escribir, dibujar y garabatear con ellos.
Recuerdo que hace mucho mi hermano talló una cara narizona en un lápiz chiquitito y me lo regaló. Yo estaba fascinada.
Pero creo que mi gusto por escribir en lápiz tiene más que ver con la soltura y relajación que da saber que lo que se escribe se puede borrar. Esa sensación de experimentación sin compromiso que la pluma no da (en ese sentido es muy solemne, muy "adulta": recuerdo que fue cuando la escuela nos consideró "niños grandes" que nos graduamos de lápiz a pluma) es lo que me atrae de escribir con lápiz.
Eso y que el agotamiento de la punta nos da una medida del trabajo realizado (la eterna punta fina del lapicero no cumple ese propósito), y las pausas para sacarle punta otra vez marcan un buen ritmo a la escritura, ritmo que ayuda a reflexionar, despejarse o hasta a hacerse loco un rato.

martes, 12 de febrero de 2008

De las mancias y demencias sin clemencia

No me pregunte usted cómo pero me tropiezo con una página que da razón del antiguo método adivinatorio llamado "menomancia". El "meno" no me decía mucho, pero lo de mancia se oía prometedor.

Entro a la dichosa página, que no era otra cosa que una tabla, y resulta que se refiere a la adivinación a través de la menstruación (haga usted el favor) dependiendo del día de la semana y del mes ( qué número le corresponde).

Así que basta con juntar los dos datos para saber qué depara el futuro (por ejemplo: lunes 23 significa "23: No quieras al rubio alguno te consolará. " y "Lunes: encuentro inesperable, enlace . " -o sea usted va a encontrar encontrar, inesperadamente, a un rubio que no le consolará de la pena que sé si tenga).

Pasado el estupor inicial, lo tomé como una buena broma a costa de nuestras reticencias usuales a nuestras excreciones. Eso me llevó a recordar el magnífico cuento de Rubem Fonseca llamado Copromancia, en un libro justamente titulado Secreciones, excreciones y desatinos (2001) en el que el protagonista descifra el oculto lenguaje de sus excrementos. El final es simplemente sensacional.

Pero la idea no es esa, sino que es como encontrar a la virgen de Guadalupe en tostadas o a Cristo en una mancha de humedad, buscamos sentido, formas reconocibles y significativas en todo. Ahora, lo que hagamos con nuestras, nunca mejor dicho, figuraciones, es lo que determina el tono de nuestro cuento. Habrá que tener mucho cuidado para darle un buen final.
P.D.: Por si les interesa, ahí les dejo la dirección de la mentada página:

martes, 5 de febrero de 2008

De la nomenclatura omnívora

Yo no sé quién pone nombres a las calles o con qué criterio, pero hay algunas que me parecen "venganza histórica".

Por ejemplo, aquí em Puebla, la calle al costado de la Iglesia de la Compañía se llama Juan de Palafox y Mendoza. Y me consta que, más de 400 años después, a los jesuitas todavía les duele.

Otrosí. En muchos pueblitos la calle principal, sobre la que suele estar la Iglesia Mayor, se llama Benito Juárez.

Así, los nombradores de calles, o tienen un fino y negro humor histórico (poco probable) o dejan que la noble actividad de nombrarlas caiga en una fiebre devoradora de lo que significa cada nombre y espacio y se convierta en un mero trámite burocrático. El azar hace lo demás.

Ahora, si es una revancha histórica, todavía no me queda claro de quién sobre quién.